martes, 29 de septiembre de 2009

El camino


Hay un camino a seguir, hay una ruta a descubrir, hay un hechizo que lanzar al viento.

Saber qué buscar no es fácil, y cada vez que tropezamos, parece que es el final. Pero la naturaleza es sabia, la vida espera. Las heridas se cierran, con nuestras lágrimas, con nuestra voluntad.


Si cada dolor es una cicatriz... y cada cicatriz es un aprendizaje, entonces quiero estar marcada. Quiero mirar mi cuerpo en muchos años y ver, como en un mapa, todos los sinsabores, las dudas, las lágrimas, las risas compartidas, los anhelos, las decepciones, las alegrías, las tristezas, las preguntas sin respuestas, los silencios, los miedos. Quiero ver mi vida, quiero verla reflejada en tus ojos.

Los caminos son sinuosos, las curvas son muchas y cerradas, los precipicios son profundos, los miedos son demasiados. Pero sabemos que este es el camino a seguir.

Viajá conmigo, sin arrepentimientos....


"Pick a star on the dark horizon/and follow the light/you'll come back/ when it's over/no need to say goodbye".... Regina Spektor, "The Call" .

lunes, 28 de septiembre de 2009

Saquémonos los auriculares



Me pasa de querer decir cosas que al abrir la boca no salen. Pensar con cierto criterio que se derrumba en el momento de enfrentarlo. Por eso lo escribo, para recordarme cada día lo que he aprendido en caídas anteriores. Y si a alguien más le sirve... lo convido.

Me cuesta creer que el amor es difícil.

Opto por dejar que las cosas fluyan por su propio río. Que no nos demos cuenta de estar enamorándonos hasta estar embarrado hasta las rodillas. Pienso que así será más puro. Esto no nos salva de corazones rotos si algo anda mal, solo nos deja que latan más fuerte cuando andan bien.

Así que sí: que los corazones que se tengan que romper, se rompan. Que las lágrimas que tengan que caer, caigan. Pero sin freno de manos. Sin quitarnos lo vivido y especialmente, lo sentido.

Saquémonos los auriculares y mirémonos de frente.

Saquémonos la ropa y los prejuicios. Escuchemos música juntos... o separados... pero no a mitad de camino.

Y sobretodo, y esto es para tí amiga, sin arrepentirse.


Banda sonora: Regina Spektor - "Fidelity"

domingo, 27 de septiembre de 2009

Resaca calibre 38...


Ponele que era sábado..
Ponele que estaba contenta...
Ponele que había mucho vodka en la casa de mi amiga...
Ponele que jugamos al "Yo nunca"....
Ponele que tenía la panza vacía...
Ponele que nos fuimos a bailar...
Ponele que nos tomamos alguna otra cosita allá..
Ponele que el aire frío me hizo mal....
Ponele que el taxi iba muy rápido...
Ponele que no sé como llegué a casa...
Ponele que me desperté abrazada al inodoro...
Ponele que sufrí la madre de todas las resacas....
Ponele que no voy a tomar así de nuevo...

Ponele que los domingos con resaca son tristes...
Ponele que me hago trampas al solitario...
Ponele.

jueves, 24 de septiembre de 2009

Mi propia loca de mierda...


Además del ruido constante y de los taxistas, el gran cambio que tuve que asimilar al mudarme a la capital, fueron los vecinos. Yo vengo de un lugar lleno de casas... con patios amplios, alejadas entre si. Pero al llegar a Montevideo, sufrí por primera vez lo que es compartir tu espacio vital con extraños. Y no fue una experiencia del todo agradable. Tuvo sus momentos.

Pensionado estudiantil:
Ahhhhhh!!! ¡Qué épocas! ¡Qué recuerdos!. Dos horas esperando para entrar al baño porque eramos diez mujeres viviendo en una sola casa. Teníamos uno de esos servidores de números de las panaderías en la puerta y hacíamos la cola con nuestros rollos de papel higiénico en las manos. Por suerte, yo encontré una estrategia buena para usarlo cuando quisiera: dejé de dormir. Me acostumbré a despertarme casi de madrugada para tener el baño todo para mí. Sacrificado pero efectivo en última instancia.

El apartamento del terror:
Mal yo, mal yo. Nunca, nunca, nunca en la vida, se muden con un desconocido. Debido a la deseperación por disminuir el número de seres humanos que me respiraban alrededor, cometí la madre de las estupideces: agarré un papelito en la cartelera de la Facultad. "Estudiante busca compartir apartamento...". Y me mudé, y lo lamenté a los tres milisegundos. Yo no soy la reina de la limpieza, digamos, pero aquello, daba un poco de miedo. Las ollas tenían formas de vida desconocidas nadando adentro. De cualquier manera, creo que lo peor de todo era la sensación de no pertenencia, la sensación de ser un extraño en tu propia casa. Y el olor. Duré seis meses (con vacaciones de por medio).

Mi primer mono:
La gloria. Finalmente, luego de tantas peripecias, llegué al sueño dorado: vivir sola. Por lo menos ahí era mi propia mugre la que me corría. El monoambiente: primer piso por escalera, vista a la ventana del vecino, ventanita de la cocina a la terraza de los otros vecinos. Estaba rodeada, aprisionada entre seres humanos desconocidos. Seres humanos que no se caracterizaban por ser.... silenciosos, ponele. Un día me desperté asustada a las 7 de la mañana. Salté de la cama, "es el fin del mundo" , pensé. Se oían ruidos, gritos, llantos, platos voladores. Ahí me di cuenta: el matrimonio de al lado no se llevaba del todo bien...

Mi segundo mono:
La pirámide evolutiva. Más sueldo, más comodidades. Salí del culo del edificio y me conseguí un apartamento con ventanales a la calle, ascensor, portero, y otras comodidades. Lástima que este edificio maravilloso me esperaba con un sorpresa, un sorpresita, chiquita. La inquilina del 302...
Llamarla desquiciada es poco. O sea, le faltaba el chalequito blanco y estaba pronta. Se preguntarán cómo la conocí. Lunes, nueve de la mañana. Llovía torrencialmente. De repente, se oye un llanto descarnado, gritos de sufrimiento extremo. Me asomo y la veo: celular en mano, gritando "Juliiooooooo, traeme la plataaaaa". Caminaba de un lado a otro frente a la puerta del edificio, empapada, gritando. ¡Pila de miedo! A mi los loquitos me dan terror y esta loquita era mi peor pesadilla. Un día, compartimos el ascensor..... No quiero recordar ese momento.
Por suerte, para mi salud mental y la del resto de mis vecinos, un día, se la llevaron. Y ya nunca más volvió. Igualmente, todas las noches, cuando vuelvo del laburo y me acerco a la puerta de mi edificio, siento esa sensación de intranquilidad, de miedo, porque pienso que va a estar ahí, con su celular (o su cuchillo)... sentada en los escalones... esperándome...

Paz interior


A veces agradezco vivir entre autos, ruidos y polución. Llegado Setiembre, generalmente las pilas están en rojo, por agotarse, y uno piensa que el descanso no viene más. No quiere seguir trabajando, estudiando (o ambos) porque el resto del año le pesa en los hombros. A esta altura, maldecimos nuestros trabajos, ómnibuses y hasta el portero que nos saluda todos los días.

Pero todo yang tiene su yin y es por eso que elijo el rush hour diario.

Sin él, no encontraríamos la paz que nos provocan 3 días frente a la costa.

miércoles, 23 de septiembre de 2009

Huellas en la arena



Cuando el mar está revuelto, nada parece estar bien. El color no es el mismo, el aire está enrarecido, eléctrico. Las olas solo traen confusión y los árboles se doblegan ante el embate del viento. El horizonte juega a las escondidas.. y lo hace muy bien. Todos estamos a resguardo, detrás de las ventanas, viendo como el mundo se despedaza a nuestro alrededor. No queremos salir, no queremos ver, no queremos sentir el salitre en la piel. La tormenta arrecia, los rayos rasgan el aire, los truenos rompen el silencio, la calma fingida. Y la noche se cierra sobre todo, sobre todos.
Entonces, ocurre. Un rayo de sol tímido, pero seguro, invade la bruma. Y al tocar la superficie de la arena, explota en mil más que ahuyentan los nubarrones. Se abren paso, se hacen lugar, se cuelan en las rendijas, se transforman en luz nueva. El mar resplandece, lleno de diamantes en las crestas de las olas y deja huellas... en la arena.

Arachania, 2009

viernes, 18 de septiembre de 2009

Inercia


Ley de la Física. Axioma del mundo. Trampa mortal.
La inercia es cruel.. te engatusa, te tienta con palabras dulces, y cuando menos los esperás, estás atrapado. Sus abrazo es tentador pero férreo. Y te dejás llevar.... Las paredes de tu mundo se van amoldando, se van acercando, reduciendo cada vez más tu espacio hasta casi sofocarte. Y no lo ves. Estás sedado, dormido, insensible. Ves pasar la vida a través de ventanas de cristal, intocable, lejos de todo, seguro, cobarde. Sufrís por transitiva, pero en realidad, no sentís nada, solo querés creer que te duele para reasegurarte que todavía estás vivo, que sos capaz de sentir algo. Y te dejás llevar... cada vez más hondo, donde la luz del sol termina siendo un recuerdo y los sonidos son solo ecos apagados.
Pero hay algo que nos hace lo que somos... es nuestro instinto de supervivencia. De repente tu cuerpo reacciona, y empieza a nadar hacia arriba, contra el peso que te oprime, contra todo lo que te lleva hacia el fondo. Y cuando parece que ya no podés seguir, no deja que te des por vencido, te sigue impulsando, hace que nazca un grito profundo, un grito que destruye los cristales. Un grito de rebeldía. Un grito de vida.

Agua, limpia mis heridas


Por qué corremos de la lluvia?
Le devuelve el verde a las plantas, nutre la tierra, renueva el agua del mar y limpia las veredas.
Si tenemos la suerte de tener una casa que nos ampare, la lluvia debería ser un alivio para nosotros. Un momento de reflexión, de apreciar el equilibrio de la naturaleza y agradecer que sigue lloviendo.

Otra cosa sería ser un san antonio, que cuando llueve, las gotas duplican el peso de su cuerpo y sus pequeñas alas no aguantan la carga... teniendo que quedarse en su hoja, hasta secarse, y recién ahí levantar vuelo.

Pero no somos san antonios. Somos personas que corren cuando llueve para evitar mojarse. Y que a veces no nos damos cuenta, de la suerte qeu tenemos de poder mojarnos y aún así, seguir volando.

jueves, 17 de septiembre de 2009

Dos Moto-manuales

Aaaaahhhh…. El milenio. Vino sin que el mundo implotara ni que las computadoras se desconfiguraran (que para algunos hubiera sido lo mismo), pero trajo consigo una plaga peor aún: el afterparty del posmodernismo. No solo se apodera de nuestra persona el consumismo*, sino que también la optimización del tiempo. Hacer, hacer, hacer! Varias cosas a la vez, no “desperdiciar” ni un minuto.
Solo en el momento en que estamos bajando películas en casa, música en el trabajo, dejando un lavarropas prendido y coordinando la hora del dentista mientras sintetizamos una molécula en el laboratorio nos sentimos completos, “optimizados”. Un amigo razonó una vez que el paso limitante va a llegar a ser el ser humano: hay tanta información y cosas por hacer en el mundo que el humano no tendría tiempo suficiente (en el día, en la vida, tanto da) como para abarcar todo. Su razonamiento es interesante, más no correcto. REWIND! En qué momento el Hombre pasó a ajustarse a la tecnología?? Yo sé cuando… cuando se compró un celular.
Opio de los pueblos si los hay. Pequeñas cajitas que suenan en los bolsillos y carteras de todas las personas “comunicadas” que avisan que te estás perdiendo de otra cosa. Si, si, para emergencias, para coordinar, para encontrarte… razones banales. Para mandarte un saludo en tu cumple! Por favooor... Si eso es estar comunicado, que me sangren los dedos de no mensajear!

Por suerte el mío vino con dos moto-manuales para no perderme en el intento.

*referirse a historia “Resumen de Cuentas…”



sábado, 12 de septiembre de 2009

Uruguay, seguí siendo tacaño....



Tengo miedo. Mucho miedo. Terror, pavor. Estoy viendo "La City". No sé como comenzar esto, creo que estoy falta de palabras.
Yo entiendo que cada cuál tiene derecho a ver lo que quiere y que por esa razón, cada cuál tiene derecho a hacer el programa de televisión que le parezca. Pero... ¡vamos, muchachos!. Creo que ya fue suficiente con la llegada de "Caras Uruguay", (que es la "Caras Argentina" con un dos páginas sobre las "estrellas uruguayas", una adelante, y otra atrás).
No me gusta juzgar a la gente, ni tampoco me las doy de superior por hablar mal de estos programas. Pero hay algo que está claro... Uruguay no tiene jet set, farándula ni nada similar. Todo acá es muy familiero, los conductores de la tele o la radio, son los mismos que te cruzás en la Rambla, en el supermercado o en la cola del cine. Y nadie sufre ataques de histeria, no hay corridas, no hay papparazzi. ¿Para que forzar algo que no va a suceder? Al uruguayo no le dan las bolas para hacer escándalo por una estrella. Generalmente, tiene las manos ocupadas con el mate y la sillita playera y es por eso que no puede sacar fotos. Por eso, acá van algunas ideas para nuestros hermanos, "los conquistadores" argentinos, sobre la clase de programa que marcharía en Uruguay:
  • "Survivor, Ciudad Vieja"
  • "Survivor, El 370"
  • "Survivor, La puerta del Montevideo Shopping"
  • "Survivor, La Pasiva"
  • "Survivor, Interbailable"
  • "Survivor, La Rural del Prado"

viernes, 11 de septiembre de 2009

"¡Qué desmejorada que estás!..."

Mmmmmm. Qué frase. Obviamente, su efecto psicológico es devastador pero varía dependiendo de quién sea el emisor de tan crueles palabras. Por suerte para mis venas, la persona que hizo tan brillante, punzante y poco feliz comentario, fue mi portero.

“La fiebre, la fiebre te tira abajo”. ¡Intentá arreglarla ahora!. Después de tres días de encierro, sin ver la luz del sol, sin respirar aire puro, finalmente me sentí con ánimo de mostrarle esta bella cara al mundo. Y decidí salir a pagar los gastos comunes. No muy aventurera la botija, ya que la inmobiliaria que me chupa la sangre todos los meses está al lado. Exactamente al lado. Antes estaba a una cuadra….pero ahora no.

Con mis mejores galas, me dispuse a salir a socializar con mi portero.. y me manda esa frase, así de pique, así como si “na”. Para completar el panorama, hace tres semanas que tengo un grano rebelde que se está transformando en un quiste casi, a esta altura. Y no tiene miras de desaparecer. En su conjunto..una monstruosidad. Y no lo digo por tirarme abajo, solo estoy siendo objetiva con mi cara, nada más. Pero no importa, porque yo sigo adelante (sigo esperando que me llegue la máscara de hierro que pedí por teléfono a Teleshopping la semana pasada).

Retomando el hilo, salgo a la calle y me encuentro con un grupo de pequeñas bestias flogger en la puerta de mi edificio. Todos iguales, con un celular sonando como si fuese un estéreo, mirándose el peinado en las ventanas. ¡Juventud, divino tesoro! Tanta hormona junta….tanto griterío. Y fue en ese momento, en ese preciso instante, que lo sentí. Era una vieja. Me faltaba el bastón (ese con tres patitas, ¡más lindo!) y los ruleros…la actitud ya la traía puesta.

Volví a mi casa, mareada, más desmejorada todavía, vieja y con $1162 pesos menos.

Banda sonora: “Positiva” – Erica García.

Resumen de cuentas....

Hay inventos que quedan unidos a su inventor por el resto de la historia de la humanidad. La imprenta, la bombita de luz, el teléfono, la televisión... Eso es porque esos inventos han modificado nuestras vidas de cierta manera, la han transformado a lo largo de las décadas, se han hecho imprescindibles en nuestra cotidianidad. Sin embargo, hay otros inventos que se han metido subrepticiamente en nuestra rutina diaria, por la puerta trasera... sin avisar. Y se han hecho parte de ella, de manera casi artera.
Yo soy una mina a la que le gusta pagar al contado. Junto los billetitos arrolladitos en la cartera,
y cuando los tengo todos, salgo para el lugar que sea a comprarme ese librito, ese jeancito, esa camperita o esa mierdita inútil que vi en una vidriera paqueta de una tienda de Shopping. Da igual. Lo importante es que yo tenía un esquema. Plata en mi mano=objeto en la vidriera. Plata en mano del vendedor=objeto en mi bolsa. Simple, sencillo y limpio. Hasta que todo cambió.
La desgracia vino dentro de un sobre, a mi nombre, hace casi un año. Yo no la pedí. No llamé sollozando por su presencia en mi vida, no supliqué ni rogué para tenerla. Sin embargo, llegó. Supo encontrar su camino hasta mi. Me refiero a ese invento bastardo, sin padre conocido que se haga responsable por sus actos... la tarjeta de crédito.
Que pedacito de plástico más al pedo. Solo sirve para endeudarte. Ni siquiera abre puertas como en las películas. Como les contaba, llegó una tarde a mis manos. Al principio, mantuvimos una relación algo tensa. La mantenía escondida, pretendía olvidarme de su existencia. Ella no decía nada, solo esperaba su oportunidad... hasta que la tuvo. Una mañana en la que estaba deprimida, con SPM, suelta entre las expos, enloquecida, me gasté todo el efectivo que previsoramente había decidido llevar para gastar. Pero yo quería más. Estaba insaciable. Y entonces me acordé de su existencia. Y fue la perdición. Como cuando estás haciendo dieta, y de repente, algún ser despreciable te pone una caja de bombones enfrente... "Uno solo" pensás, te autoconvencés. Y para cuando recuperás la conciencia, ya tenés toda la cara llena de chocolate.
Este mes toqué fondo. Recibí el resumen de cuentas... Solo lo miré una vez. Todavía no me le he acercado nuevamente. Me queda una mínima esperanza.. Espero que ese número que vi debajo de la casilla de "Pago Mínimo" haya sido una alucinación causada por la fiebre que me ha tenido postrada estos días. Si no es así... estoy en problemas.

martes, 8 de septiembre de 2009

Preguntas y respuestas existenciales

Algunas preguntas....

  1. ¿Cuántos grados tiene que marcar el termómetro para que oficialmente tengas fiebre?
  2. ¿Cuál es el mejor lugar para ubicarlo?
  3. ¿Por qué la fiebre siempre sube de noche?
  4. ¿Por qué las bacterias siempre quieren acampar en mi garganta?
  5. ¿El rojo significa que voy a tener llagas?
  6. ¿Por qué no tengo Bucoseptine en casa?
  7. ¿Tengo suficiente comida para sobrevivir a la enfermedad y convalecencia?
  8. ¿Tengo que faltar al trabajo?
  9. ¿Por qué me enfermo cuando está por empezar la primavera?
  10. ¿Tener chuchos de frío cada cinco segundos significa que voy a parir una gripe?
  11. ¿Es completamente necesario que me deprima y llore cada vez que me enfermo?
  12. ¿Puede un ser humano vivir sin tragar?
Algunas respuestas...

  1. Mirá, hay varias escuelas. Algunas madres dicen que si ya tenés treinta y siete y dos rayitas, ya estás en el horno (nunca mejor dicho). Yo actualmente estoy rozando los treinta y ocho grados, por lo tanto y sin temor a exagerar, puedo decir que, si, carajo, tengo una fiebre.
  2. Más escuelas. Por suerte, mi vieja no creía en la transformación del termómetro en supositorio (gracias a Dios). A mi me lo encajaba abajo del sobaco, y me tenía un rato, sentadita, mirandome todo el tiempo para que no se me cayera, mientras a mi me corrían las gotas de sudor o temblaba como una vara verde (la botija tiene fiebre, ¿le queda alguna duda?). Yo ahora, he optado por el "termómetro chupachupa". Funciona bastante bien.
  3. La fiebre y la noche... eso seguro debe tener algo que ver con las hormonas.
  4. Mi garganta es como el Santa Teresa de las bacterias y cuánta alimaña ande con carpa al hombro. Gratis, cero milico que cobre entrada o te eche de un boleo para afuera y lo mejor de todo.. ¡completamente libre de antibióticos!
  5. Si, rojo significa... ¡Peligro! No cruce, se aproximan llagas a toda velocidad.
  6. Por pelotuda.
  7. Seguro que no. No soy del tipo "previsor". Si se viniera la tercera guerra mundial, por suerte no la vería, porque a los dos días estaría muerta por inanición y/o deshidratación. Mi casa es el palacio de las alacenas vacías. Tengo.. pop para microondas... tengo.... arroz.... tengo....sal.
  8. La enfermedad y el laburo... que mala combinación. Sobretodo si una compañera ya te ganó en originalidad y se certificó un día antes de que a vos se te empezaran a dorar las neuronas al spiedo. ¿Qué hacer? Sufro, pero me levanto y voy a dar lástima hasta que me digan: "andate a tu casa, haceme-el-favor". O ni me arriesgo, cazo el tubo y pido médico certificador, aunque aquello sea un pandemonio y me odien eternamente.....mmmm, ¡qué difícil elección!
  9. Por pelotuda.
  10. Si los chuchos fueran contracciones, en este momento estaría pariendo gripes mellizas.
  11. Definitivamente, el estado febril y el dolor de garganta, ameritan un buen llanto con mocos y todo. ¡Qué feo es sentirse tan vulnerable! Si hasta llegar al baño es una odisea. No tener a alguien que te alcance la chata, que te tire los pañuelos descartables, que te tome la temperatura, que te traiga paños mojados sin escurrir que te chorrean por toda la nuca y te empapan la almohada, que te haga acordar que tenes que tomar agua porque si no te vas a morir de deshidratación, que te tenga la mano mientras el enfermero te clava un Bencetazil como si tu culo fuera un blanco de dardos o que solamente esté ahí; todo eso es suficiente para justificar por qué estoy llorando a gritos mientras escribo estas líneas.
  12. Por Dios y la Virgen... ¡espero que si!
Quiero agradecerle a mi garganta, por ser una fuente continua de inspiración, a mi termómetro, (siempre estás conmigo, amigo) y a la pista de hielo del Montevideo Shopping... sin vos, no sería esto que soy hoy... Gracias.

El Peor Castigo

11 del mes despecho, 2009

¿Cuál puede ser el peor castigo de una mujer despechada, desesperada, demacrada? Hoy lo descubrí. No es saberse no deseada, ni siquiera saber que no ha sido tenida en cuenta para nada por el objeto del deseo. Para nada. Es algo más ínfimo, más doloroso, desesperante y banal. Es un corcho.

Se preguntarán cómo puede un corcho hundir en la más profunda desesperación (palabra repetida en todas sus variantes en estas líneas, para que sea lo suficientemente gráfico) a una persona que quizás, ya está hundida en el barro desde hace un tiempo, un largo tiempo. Si, señoras solteras que están leyendo esto. Un corcho. El peor enemigo de cualquier mujer (despechada, desesperada y demacrada).

Una noche cualquiera, sucede la peor desgracia. Una no la ve venir, es artera, esquiva pero cuando te cae encima…..Chumbo a la cabeza. Balazo directo a la autoestima. ¡Pum! La barra queda en rojo, titilando, a punto de morir. ¿Cuál es el siguiente paso? (además de intentar contener el llanto). El alcohol. El único “él” que nunca te abandona. Como Rexona. Siempre está, cual taxi boy (porque una tiene que pagar para que le de consuelo, me contó una amiga), esperando su oportunidad de brillar y ser el salvador de la noche. Julieta llegó corriendo a sus brazos pero resulta que Julieta no fue previsora.... Ya había abusado de él antes.... y el pobre estaba en la lona. Como cualquier mujer, Julieta pensó que con poco se arreglaba... pero no, migajas no son suficientes. Y comenzó la aventura. Debido a su estado de ánimo cambiante (ciclotímico, como diría una vieja conocida), pasó de la desolación al odio y furia incontenibles. Esa furia, perversa consejera, la llevó a aventurarse en la negrura de la noche del Cordón (bastante negra, por cierto) hacia el único veinticuatro horas de las inmediaciones. Luego de sortear piropos de dudosa reputación enviados por los cuidacoches de la zona, llegó hasta el oasis lleno de botellas de colores. Estuvo un rato intentando decidirse por alguna y terminó en lo seguro: vino y blanco (porque el glamour es lo último que se pierde). Luego de un retorno al hogar no menos azaroso, llega el momento que le da título a ese remedo de cuento corto que tengo el atrevimiento de narrar bajo los influjos del alcohol (mejor me callo porque no quiero anticipar el final).

Nuestra heroína (porque hay que ser mucho más mujer para soportar todo eso) tiene en sus manos el artefacto eliminador de corchos. Está lista para que el dulce néctar de noventa y cinco pesos uruguayos ingrese a su ser solitario. Entonces, él, receptáculo de todas las frustraciones, se interpone entre la desdicha y el olvido. El corcho. Ese pedazo de mierda (seguramente creado por un hombre) que opone una resistencia digna de un titán. Entonces, el autoconvencimiento: “un corcho de mierda no va a poder conmigo”, “este pedazo de mierda no me va a ganar”, “¡la puta madre, necesito un hombre para que me descorche la botella!”. Pero al final, el sonido onomatopéyicamente inimitable del corcho abandonando el cuello de la botella y entonces, la sensación de poder (que solo dura dos segundos pero... ¡qué dos segundos!) que una mujer desesperada, despechada y demacrada necesita. Ni vos ni este corcho me detendrán. Si, a vos te estoy hablando. No te hagas el pelotudo. Mañana vas a saber lo que te estás perdiendo. Pero eso será mañana; el día que, espero, a las ocho de la mañana se vea interrumpido por un auto que misericordiosamente me atropelle y me evite el indigno momento de debilidad que dio inicio y cierre a este maravilloso círculo vicioso.

Decalogo de teorías sobre mi soltería

Muchas veces me pregunté cuáles son los motivos por los cuáles, a esta altura del partido, sigo siendo la imagen de la soltería. He visto a muchas ir y venir pero yo siempre he estado de este lado, estoica, firme al pie del cañón, defendiendo el fuerte. Y me estoy empezando a preocupar. Es por lo anteriormente mencionado, que me dispongo a realizarle una autopsia a mi vida (gran oximoron), para ver si soy capaz autoanalizarme (chiste interno) y destejer esta madeja gigante en la que me hallo encerrada.

  1. Teoría hormonal: todos los animales emitimos esas cositas volátiles llamadas Feromonas. Yo creo que las mías están vencidas. Pasadas de la fecha de caducidad. Por eso no atraen ni a las hormigas.
  2. Teoría dermatológica: el exceso de consumo de azúcares refinados (los chocolates) hacen que mi cara se asemeje demasiado a la de un botija en la etapa de la pre pubertad.
  3. Teoría de la gravedad: el punto número dos, además, trae aparejado un aumento de grasa corporal completamente excesivo, que se deposita sin ninguna misericordia en mis caderas. Eso hace que la gravedad esté de parabienes y las atraiga indecorosamente hacia el piso.
  4. Teoría del ostracismo inducido: los puntos dos y tres hacen que la mayoría de los fines de semana, entre en crisis existenciales como son: ¡no tengo ropa para salir! ¡Todo me queda horrible! ¡Me quiero matar! Permiso, voy a abrir otro chocolate, trayendo como consecuencia mi falta de salidas a locales bailables y disminuyendo ostensiblemente mis posibilidades estadísticas de conocer a alguien.
  5. Teoría de la manzana podrida: salir, a mi edad, y por los puntos anteriormente mencionados, hacen que me sienta como una manzana podrida, caída del árbol, rodeada de manzanitas verdes, todavía jugosas. Soy la manzana que estuvo al sol, con las moscas alrededor, a punto de ser destinada a sidra (casi podrida, no se si soy clara).
  6. Teoría de la herencia: Mendel, ¡vos y tus putos guisantes se confabulan en cagarme la vida! La genética es mi perdición. Con los caracteres heredados por parte de mis dos adorados progenitores, es más probable que termine un sábado a la noche en la Colonia Etchepare en vez de en mi cama, con compañía (osos de peluche no cuentan).
  7. Teoría del trabajo excesivo: luego de laburar sin descanso, a un ritmo satánico, durante toda la semana, llegan los viernes y soy un trapo de piso. Ojerosa, demacrada, totalmente cansada y obviamente de malhumor. Los viernes duermo. Los sábados… (remitirse al punto 4).
  8. Teoría de la timidez: en realidad, esta teoría no aplicaría en mi caso. Paso a explicar por qué: para que me gane la timidez al hablar con un muchacho, el punto clave sería que el muchacho se acercara. No es mi caso, nunca vienen.
  9. Teoría del caballo: me imagino que habrán visto alguna vez a los caballos que tiran de los carritos de los hurgadores. Los animales tienen un artefacto tipo visera, que impiden que se asusten si ven algo de refilón. Solo miran para adelante. Bueno, sin llamarme yegua (algo me quiero todavía), yo tengo puesto un artilugio de similares características. Solo puedo mirar para el frente, hacia un punto fijo o mejor dicho, a un tipo fijo…. ¡Y no puedo mirar para los costados! Cuando veo las oportunidades, ya van como en 18 y Magallanes, más o menos, y los pulmones no me dan para arrancar a correr.
  10. Teoría de la suerte (o su falta): no hay que ser muy vivo para darse cuenta que ésta es mi preferida. Soy una mina sin suerte. ¿Qué se le va a hacer? Algunos nacen con estrella y otros estrellados. Yo ya nací con la cabeza rota. Ponele. ¡Qué puedo hacer yo, esta personita chiquita, chiquitita, contra el cuaderno viajero del destino de Dios! Absolutamente nada. Como dijo el gran poeta… agua y ajo (y arvejas).

Esa maldita colilla....

El día comenzó como cualquier otro de los 364 días restantes, solo que el destino me tenía preparada una sorpresita. Chiquita. Chiquitita, mini. Me levanto, como siempre, con los ojitos pegados de sueño, en piloto automático, al baño. Esquivo la puerta, el tendedero de ropa, las botellas vacías y el escalón del baño. Hago mi ritual matutino, sin advertir nada extraño. La misma cara de culo matinal, los pelos todos revueltos, los restos de mi pubertad tardía en la cara. En fin. Yo, en toda mi gloria. De repente, miro a mi izquierda y la veo. La gota. Esa gota constante. Plac, plac, plac. Upa, me dije, ¿que es eso? Y acá quiero hacer un paréntesis. ¡Qué manía que tenemos los seres humanos con el toqueteo de las cosas! Si hay algo flojo, lo apretamos. Si hay algo torcido, lo enderezamos. Si hay algo que está a punto de explotar….. exacto, lo detonamos. Y ese fue el caso, mi desgraciado caso. Con mi manito inocente y mi dedito curioso, la toqué. A ella. A la muy yegua, esa maldita colilla. Y desde ese momento, la debacle, la hecatombe, el apocalipsis (que nunca me falte talento para exagerar). Agua, agua a presión, cayendo sobre mi piel. Sin parar. Y ahí, finalmente, me sentí mujer. Una mujer bastante inútil para no ser injusta con todo el género. Porque no sabía donde estaba la llave de paso del agua. Una llavecita, chiquita, chiquitita. Chapoteando, salí del baño (gritando). ¿Qué hacer? Bajé corriendo a buscar la llave general de todo el edificio, pensando que si alguien se estaba bañando, enjuagándose todo el jabón del cuerpo, seguramente, ese vecino, no iba a saber apreciar la magnitud de mi desesperación. Pero poco me importaba. Bajé por el ascensor, en pijamas, mojada hasta las rodillas…. y estaban todas las puertas cerradas. Subí y descubrí algo de este apartamento que todavía no sabía. El muy sorete está construido en bajada. Una pendiente pronunciada desde el baño al living. Entonces, evidentemente, por la maldita gravedad, el agua comenzó a invadir esta zona (porque seguía saliendo, incontrolable, como este amor). Volví a bajar (llorando, ahora) a golpear en la casa de mi vecina. La señora, una amorosa, de camisón, me hizo pasar. Y me hablaba, mientras yo pensaba que cuando pudiera escaparme y subir, iba a ser Kate Winslet en Titanic. Mas o menos. Sin Leo (no es necesaria la aclaración). Y era verdad, el barco se hundía. ¡Sálvese quien pueda!, le gritaba a los libros y a los zapatos. Entonces, la encontré. Y la cerré. Y paró de llover. Eso es lo más interesante. No creo que alguien quiera leer que el sanitario me cobró 450 mangos por cambiar la colilla y que estuve dos horas en cuatro patas con una toalla sacando agua. Pero, miremos el lado positivo…. por lo menos, el piso no es de madera.

Amargas y borrosas...

“Así son las cosas, amargas, borrosas”. Gran frase hecha canción. Que mejor descripción de mi actualidad, de mi presente. Porque las cosas son amargas, aunque, en realidad, podría decir que son agridulces. No todos son pálidas, pero digamos que mi presente está bastante anémico. Nací codificada para desear lo que no puedo tener. Y no creo que todos los seres humanos sean así. Yo nací fallada. Punto, fin de la historia. Pero además, no solamente deseo lo inalcanzable, sino que si reconozco que algo no va suceder, sigo intentando, una y otra vez. Para mi cumpleaños necesito que alguien me regale un casco porque la imagen que me viene a la mente en este momento es… niña autista, con déficit atencional para las señales, dándose la cabeza contra la pared. Digamos que hace ya un tiempo, me enamoré. Así lo largo, y eso que no soy muy proclive a los clichés. Pero es así. Esta muchacha fue picada por la serpiente del amor (una mamba negra, en este caso). Entonces, esta dulce criatura, ingenua en los gajes del corazón, totalmente desprovista de sinsabores amorosos pasados (ni un solo ex que valga la pena), se entregó completamente a la dicha y felicidad de amar. Gravísimo, fatal error. Digamos que en este momento, estoy contra las cuerdas, con la cara llena de dedos, sangrando por las heridas. En fin, soy Chris Namús. No conforme con ello, me sigo levantando, para que me siga aplicando el jab de derecha y nuevamente, al piso. Nuevamente, escucho la cuenta… pero me paro. Y vuelvo a caer. Y no puedo tirar la toalla. Lo bello e irónico de toda la situación, es que mi oponente no tiene ni la más remota idea de lo que pasa. Digamos que él está mirando a las mujeres en cueros que se pasean entre los rounds. O comiendo un pancho en la platea. Más o menos así son las cosas. Amargas, borrosas.

Zoología

Domingo, diez y media de la mañana… suena el teléfono. Desde el estado de duermevela, inducido por la resaca, trato de salir de la cama, pero no llego al aparato. Sigo durmiendo. Once y treinta. Otra vez el ring ring rompiendo los cojones. Esta vez atiendo, con voz de ultratumba, saliendo de la neblina del sueño. Salió picnic al Parque Lecocq. Después de una ducha reparadora y de pasarme el cotonete por los ojos para sacarme la pinta de mapache por el maquillaje corrido, bajo a esperar a mis amigas. Y allá salimos. Llegamos a eso de las dos de la tarde y bajo la sombra de los árboles, arrancamos con el picnic. Almuerzo de los dioses. Refuerzos de salame, pan y queso, papas chips. Y de postre, ensalada de frutas. Mientras me sacaba los restos de mayonesa de la boca, y sacudía las migas que tenía en el pantalón, pensé: qué suerte que tengo, estoy un domingo acompañada de personas que quiero. Y que me quieren. Aunque me reten, se enojen porque soy tan testaruda a veces, aunque algunos fines de semana las deje clavadas porque estoy de malhumor. Siento que me quieren, y eso, es un sentimiento insuperable.

Foto va, foto viene. Y arrancamos. A caminar. Bajo el sol, haciendo la digestión, con un mapita bastante poco claro. Nos aventuramos en la maleza, entre los antílopes, las cebras y las llamas. No creo que sea necesario decir que estábamos pintadas al óleo. ¿Es una nutria o un carpincho?. ¡¿Qué carajo es un muflón?!. ¡Quiero hacer pichí! Gurisas, ¿vamos dando la vuelta? ¡Quiero hacer pichí!. Hasta conocimos al Gabriel Peluffo de los monos.

Ya más tarde, aprendimos que los conejos mutantes, en realidad, responden al nombre de vizcachas. Como las viejas. Pero no sacamos mucho más en claro que eso. Volví cansada, sudada, pero contenta. Muy.

Santa Rosa, ¡no existís!

¿Quién dijo que te tengo miedo? EH? Cuatro meteorólogos, en un arranque de histeria colectiva, vaticinaron la debacle para este lunes. ¿Y qué pasó? Lo mismo que siempre… absolutamente nada. ¡Sos más trucha, Santa Rosa! Ni un vientito huracanadito, ni un lluviecita de costadito, ni un granizadita chiquitita. Nada. Tanta anticipación, tanta espera. Como cuando éramos chicos y estábamos en Año Nuevo, todos nerviosos, con la cañita voladora. Todo el miedo, la excitación. Te acercabas y la prendías y entonces, la cañita voladora vietnamita daba cuatro chispazos locos, como pedos de vieja, remontaba aproximadamente dos centímetros fuera de la botella y se daba de pico contra el suelo. Y uno se quedaba con esa sensación de vacío, de sorpresa por el acto fallido. Sentimiento, que según mi humilde opinión, no nos abandona a lo largo de nuestras vidas. Salvo que la cañita voladora pasa a ser una relación, un trabajo o un temporal. Y este es mi caso (adivine cuál y se lleva el premio…. vamos, no es tan difícil).

Debido a toda esta paranoia generada después de aquella “tormentita”, casi perfecta, del 23 de agosto de hace algunos años, parece que cuando se acerca Santa Rosa todos hacemos nuestro último testamento. Como si el lunes nos dieran del diagnóstico de una enfermedad terminal, el fin de semana anterior salimos como descornados de nuestras casas, porque ¡hay que disfrutar antes que se venga la lluvia! Parece que nunca hubiese llovido antes, y que cuando empiece, no va a terminar hasta que nos tengamos que trepar todos a la versión actualizada del Arca de Noé (bueno, tal vez así, por fin, consiga pareja, ¿verdad?). Ésta nueva nave podría llamarse “El Arca de Núbel”. Ponele.

Pero siempre hay cosas positivas. Es un recuerdo inolvidable, cuando te subís al bondi y el único asiento vacío es el que está justito abajo de la única ventana que no cierra. Y la lluvia, en vez de caer derecha por obra de la gravedad, se confabula para caer de costado, teledirigida hacia tu cara… Mágico momento. También está la voladura de paraguas, la salpicadura por la ley de la baldosa floja, la sincronización de los semáforos (que cuando cae más agua parece que quedan en la roja, quietos, todos), el teorema del taxi libre (con una solución imaginaria), el olor que comienza a emanar tu ropa después de tres gotitas locas (aparentemente, Vivere no es Rexona). Sin olvidarnos por cierto, el malhumor general que se apodera del montevideano porque se tiene que apurar, aunque no quiera, aunque no haya nacido para apurarse, es algo que le surge, le nace, le brota, como le brota agua podrida a las bocacalles cuando empieza el temporal.

Lo único que pido ahora, después de esta mojada de oreja, es que la Santa, Querida, Buena, Linda, Tranquila, Esperada, Adorada y obviamente, Jovencísima, Rosita de mi corazón, no se tome revancha y me clave un árbol del Parqué Rodó, con raíces y todo, en el medio del apartamento. ¡A que no te da la puntería, vieja de mierda!

Demonios sueltos

Se abrió la jaula. Se soltó la cadena. Se abrieron las compuertas. Y todos se me escaparon. ¿Cuántos demonios puedo tener? Yo creo que poseo más de los que debería. Voy a convocar a una misa colectiva para poder exorcizarlos. Por suerte para mi, sacerdotes van a ver en pila. Los mejores, mis amigos. Y tampoco va a faltar el agua bendita, con burbujas y espuma. De eso me voy a encargar yo. La iglesia también ya está marcada. El momento, la noche, que es cuando más alborotados están. De alguna manera, voy a poder liberarme de todos ellos.

Hay uno que comanda la patota… el más jodido, el más rebelde, el único que se niega a desaparecer. Me encuentro atada, encadenada, aprisionada entre sus garras. Lo más complicado de la situación es que no es intencional. Es como querer castigar a un analfabeto por tirar basura en un lugar con un cartel que dice: “No tirar basura aquí”. ¿Cómo culparlo? Si no tiene idea. Ese demonio solo está. Ahí. Quieto. Mirando, viendo pasar los días. Y yo también lo miro, lo veo, y dejo pasar los días. Y solo estoy. Veo como todo sigue su curso, aunque no pueda cambiarlo, aunque el destino final sea el vacío.

Estar en el limbo es muy cómodo. No sentir. No llorar. Solo seguir flotando viendo pasar la vida de los demás. Participando de taquito. ¿Está bien llorar por algo que nunca fue? ¿Es tan malo todo o necesito perspectiva? Si lo siento así, ¿debería sentirlo de otro modo? ¿Debería apretar los dientes y seguir? ¿Tengo derecho a caer?.

Se quién soy. No sé dónde estoy parada. Si alguien tiene el mapa, avise.

Banda Sonora: “Out of tears”- Rolling Stones

“Get up”- Chris Willis

lunes, 7 de septiembre de 2009

Se va la primera...

ponele que hacemos un blog... alguien lo leerá?
por lo menos sirve para descargar angustias... acá va...
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